Hoy no os voy a traer una receta, sino un relato de Navidad. Con él participo en el Primer Certamen Literario Caldo Aneto Natural: Cuentos de Navidad.

El espíritu del caldo de Navidad
Todavía era noche cerrada cuando se despertó aquel 25 de diciembre de 2020. Esperanza había pasado la Nochebuena acompañada de una infusión y una buena lectura. La noche transcurrió entre sueños intranquilos y duermevela. Aquellas eran navidades extrañas, colofón de un año más insólito aún.
Sus mellizas habían quedado atrapadas en el extranjero, estaban de Erasmus. Su marido había partido para acompañar a su octogenaria madre, que hacía meses que prácticamente no salía de casa. Los padres y hermanas de Eperanza, en el pueblo, a una hora de casa. El pueblo estaba cerca, pero, ¡qué relativas se vuelven las distancias en tiempos de pandemia y confinamiento!
No le gustaba remolonear en la cama, aunque sentía los ojos pesados de sueño. Preparó un café bien cargado. Contempló los regalos bajo el árbol que aguardaban con ilusión a sus dueños, que hoy no vendrían. El perro observaba con ojos somnolientos buscando en los gestos de Esperanza las señales del paseo matutino.
Decidió que aquello no era el fin del mundo, total era un día más. Pero no se resignaba a creer que el espíritu de la Navidad la había abandonado. Prepararía una gran olla de caldo navideño, aunque luego lo tuviera que guardar en tuppers.
Abrió la ventana, la cocina empezaba a impregnarse de vaho y de un aroma que la trasladaba a otras navidades. Quedó hipnotizada contemplando el líquido borboteante. Entre el chup-chup vio a las mellizas de pequeñas, descalzas, con sus pijamas de renos, corriendo y cantando en torno al árbol. Qué silencio… Las niñas se esfumaron entre el vaho. Se abrieron paso unos abuelos sonrientes, en torno a la mesa familiar, tíos, primos, explicando las batallitas de siempre, pero siempre escuchadas con expectante emoción. ¡Cuántos años hacía ya que habían partido los abuelos!. Ni siquiera conocieron a las mellizas. Una lágrima caliente se escurrió por su mejilla.
Cerró los ojos, las navidades siempre traen un deje de nostalgia, y no tenía fuerzas para mirar hacia atrás. Pensó, ¡solo es un día más! Mientras tanto una burbuja de vapor con aroma de Navidad la envolvía. El espíritu del caldo de la Navidad la contemplaba… Esperanza cerró los ojos, de nuevo, e inhaló ese aroma que evocaba tantas cosas y, con él, la magia en la que nunca dejó de creer.
De pronto se le ocurrió una idea. En un principio la desechó. No, ¡es una locura! Pero… ¿porqué no? Su casa en una urbanización de la zona alta tenía un precioso jardín. Sonrió, pensó en todo lo que le había costado sacarse su carrera técnica y todas las recompensas que le había dado. Estaba agradecida a la vida, tenía más de lo que podía desear.
Rebuscó en el escritorio, encontró un bonito papel de cartas y unos sobres. Hacía mil que estaban allí. Al fin y al cabo, ¿quién escribe cartas hoy en día? Preparó 5 cartas con esmero. En todas el mismo mensaje:
Si estas navidades no puedes compartir un buen caldo con un ser querido, te invito a tomar uno muy especial. Si crees en la magia de la Navidad, o simplemente quiere pasar una bonita velada, preséntate a las 14:00 en
C/ Alborozo,4.
Lo único que tienes que traer es buena fe y una historia que contar. Si no estás solo o no crees en sueños deja este mensaje donde lo encontraste.
Cogió los 5 sobres, los apretó contra su pecho, el espíritu del caldo y su perro la acompañaron por los barrios más desfavorecidos de la ciudad. Depositó los sobres en 5 bancos, cada banco en una calle concurrida, y regresó a su casa.
En el camino se empezó a arrepentir de haber dejado los sobres. Pensó en volver a recogerlos. Demasiado tarde, “a lo hecho, pecho”. Llegó a casa, el caldo seguía burbujeando. Los recuerdos flotando por la cocina, evocando momentos felices de tiempos que quedaron atrás, con la mente puesta en los preparativos de la surrealista velada, ya no dolían, sino que la envolvían y arropaban. Sentía cerca a sus seres queridos, estuvieran donde estuvieran.
Pidió prestada una estufa exterior a su vecino. Dispuso una mesa en el porche, con 6 sillas y su mejor menaje. En el centro, una gran olla de humeante caldo. Se sentó a esperar… Seguía pensando. ¡Menuda ocurrencia! ¡No va a venir nadie!
Llegaron las 14:00, nadie a la vista, ¡en fin! ¡Total, iba a comer sola igual! Se me ha pasado la mañana volando… 14:01, 14:02, 14:03… Se obligó a no mirar más el reloj.
A las 14:05 sonó el timbre. 5 personas tras la puerta. Se sentía cohibida, ellos también. Preparó su mejor y sincera sonrisa. Bienvenidos, espero que me traigáis una buena historia, guiño el ojo… No sabía muy bien que decir. Allí estaban:
Javier, un camarero sin contrato al que la pandemia había dejado sin trabajo, ni ERTE, ni prestación alguna.
Rodolfo, un viajero errante que había empezado a deambular por el mundo en su vieja furgo allá por los 60 y que vivía de su maravillosa artesanía, acercándose a los 80 sentía que su forma de vida empezaba a pesar.
Ahmad, un próspero empresario en su país, al que la huida precipitada de la guerra había sumido en la pobreza.
Alina, cuyos sueños se vieron truncados cuando salió de su tierra por amor de Velkan. Al llegar aquí, descubrió los dientes de lobo de su amado, cuando este la hundió en la prostitución.
Y por último, Mamadou, llegó con 16 años en busca de un futuro mejor, completamente solo. Recién cumplidos los 18 había terminado su etapa en el centro de MENAS y arrinconado sus estudios. A pesar de su potencial, no sabía por donde empezar a buscarse la vida.
Todos ellos cargaban historias a sus espaldas, con sus risas, sus lágrimas. Historias que compartieron en torno a la mesa navideña, envueltos por el aroma del caldo. Historias de lucha, de supervivencia, con sus momentos buenos y no tan buenos. Historias de soledad en las que estaba permitido llorar pero jamás rendirse.
La velada transcurrió entre risas, bromas, emociones desbordadas al evocar recuerdos. Poco a poco descubrieron que viniendo de situaciones tan dispares, se entendían, congeniaban, y se respiraba un ambiente familiar, cálido y cómodo.
Todos habían tenido tiempo de pensar en su futuro, en sus momentos de soledad. Compartieron anhelos y sueños de un mañana mejor. Javier quería encontrar un buen trabajo y formar una familia en el futuro. Rodolfo esperaba una jubilación tranquila, una casita donde poder cultivar un pequeño huerto y echar las raíces que nunca buscó. El único objetivo de Alina era poder recuperar a su hijito, que vivía en una familia de acogida. Mamadou se centraba en encontrar los medios para reemprender sus estudios y reencontrarse con los suyos.
Ahmad había pasado noches en vela preparando un plan de negocios pensado al milímetro, calculado al detalle para proporcionar un buen rendimiento. Le faltaban fondos con los que arrancar… Esperanza, escuchaba atenta. Siempre había tenido buen ojo para los negocios y el de Ahmad pintaba muy bien, demasiado, tanto que valía la pena arriesgarse… El espíritu del caldo seguía haciendo de las suyas y de repente Esperanza propuso algo al grupo.
Ella podía aportar los fondos necesarios para empezar si los demás se prestaban a ofrecer cada uno lo mejor de sí. En este grupo habían muchas cualidades y había descubierto el camino para aprovecharlas.
Se comprometieron a ello y prometieron devolver el dinero con los futuros beneficios y al mismo tiempo fundar una asociación de ayuda a las personas que, como ellos, se hubieran visto vencidos por las circunstancias.
La Navidad llegó a su fin, para algunos la primera, para otros diferente. Quedaron al día siguiente para empezar a concretar. Cada uno de ellos marchó con un fulgor nuevo en la mirada. El futuro se vistió de esperanzas renovadas. Más allá de sus historias y creencias diferentes habían encontrado algo que los unía. El espíritu del caldo de Navidad sonrió. Sabía que podía dormir tranquilo hasta las siguientes navidades.